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Bastian Bux

Crispín y el estanque.

Crispín y el estanque. Entre las montañas de aquel país había un caserón grande, robusto, lleno de ventanas que lo abrían al paisaje y por las que penetraba el sol iluminando con generosidad sus salas y a sus moradores. Este edificio estaba dedicado a la docencia y en él pasa-ban temporadas muchos jóvenes desarrollando fa-cetas que les enriquecían y preparaban para la vida.

Crispín era uno de los muchos niños de aquel cole-gio mixto. Ya había estado en otras ocasiones y cada vez aprendía cosas nuevas, de las actividades previstas, de sus compañer@s de clase y también de sus correrías por los alrededores, ya que le gustaba caminar por los bosques, disfrutar de la naturaleza y descubrir sus rincones. En ocasiones se había tropezado con distintos ejemplares de la fauna silvestre del lugar, que tan sorprendida como él, y un tanto escarmentada por la presión de los cazadores en épocas anteriores, huían rápidamente. Aun así no era raro encontrar algún conejo, zorro, tejón, jabalí, corzo o ciervo que tranquilos, hasta que lo veían, deambulaban en busca de comida o agua, abundante por aquellos parajes. Lo que más disfrutaba era de la visión de los pájaros, más fáciles de observar, en mayor número y variedad.
- “¡Si fuera pájaro!
Empezaba a soñar…
- “Haría…, iría…, vería…”
Sus ensoñaciones le llevaban al futuro
- “Haré, iré, seré…, pero, no puedo, es difícil, cuando sea grande, ya veremos…”
No era muy consciente, pero sus miedos le encorse-taban no dejándole disfrutar plenamente del mo-mento y poniendo cortapisas a sus posibilidades.

Un día oyó hablar de un hada que moraba en uno de los bosques que en ocasiones visitaba. Ella, al parecer aclaraba dudas, facilitaba información y sin pensárselo dos veces salió decidido a encontrarla. Llegó al lugar indicado, tenía una fragancia y luminosidad especiales, había muchas flores y una senda bien marcada que conducía al lugar donde se debía dejar el mensaje. En una hornacina de musgo, había una bandeja de plata y un cestillo cubierto por un pañito de ganchillo con adornos florales y cabezas de cisnes. Dejó sobre el pañito la ofrenda al hada y siguiendo las instrucciones, sobre la bandeja, el papel, que cuidadosamente doblado contenía en breves líneas el mensaje para que le dijera qué iba a hacer cuando fuera grande.

A los pocos días, cuando pudo regresar al lugar, sólo estaba la bandeja de plata y sobre ella un papel enrollado con una cinta rosa, que primorosamente enlazada lo sujetaba. En la parte superior unos pé-talos dispuestos con maestría semejaban una mari-posa volando sobre un fino arco iris; parecía obser-var simultáneamente al lector y a la lectura. Al des-enrollarlo, un poco ávido de información, las letras se presentaban con una caligrafía redondeada y uniforme sobre un fondo verde suave. El mensaje era claro y directo:

- “Tu camino está trazado y bien definido, pero te encuentras con fuerzas mayores con las que tendrás que luchar y están dentro de ti. Me es-toy refiriendo a tus miedos, ellos frenan tu ca-mino de luz. Tus miedos están ahí para hacer su papel con los del otro lado. Debes pedir a tu Ángel de la Guarda y al Ángel del Camino que te abra todos los frentes para que no luches só-lo y puedas desarrollar tu misión en este pla-no”.


La sorpresa con mezcla de desconcierto, se reflejaba en la cara de Crispín. Por un momento le pareció que la mariposa de adorno sonreía desde su ángulo de papel. Al mirarla con más atención se sobresaltó, por la belleza y resplandor que empezó a emitir al tiempo que salía volando. ¡Era el HADA! Se había camuflado en el dibujo para observar divertida al tiempo que corroboraba con su presencia el contenido del escrito. En el delicado papel había quedado su silueta apoyada en el arco iris, su luz había impregnado el papel cambiando ligeramente el color del mismo en esa zona.

Nuestro protagonista, se creía valiente y lo era para muchas cosas, sobre todo no le daban miedo los animales, andar solo por el bosque, tantas cosas… pero estos miedos estaban ahí, agazapados en el día a día, sin saberlo siquiera, parasitándole y frenando su crecimiento y sobre todo el disfrutar del momen-to dejando que la información que tan abundante-mente le llegaba desde tantos ángulos le formara. Ahora comprendía que parte de las ensoñaciones eran una forma de huir de esta realidad que le pre-paraba para futuros viajes y trabajos.

Tenía información nueva y debía aprovecharla. Pidió a su Ángel de la Guarda y al Ángel del Ca-mino le ayudaran a encontrar sus miedos. Salió al día siguiente como siempre con lo puesto, pues sus excursiones eran de un par de horas y con la con-fianza y la convicción de quien va bien guiado y bien acompañado. Reiteró su petición y emprendió la marcha.

Comenzó a caminar con decisión y pronto, casi inesperadamente, se dio de bruces con un pequeño estanque. Había llegado a él de manera fácil, por un lugar que ni tan siquiera tenía senda, sin embargo de cómodo paso. Comprendió que el Ángel del Camino lo había ido orientando, con tanta suavidad que ni se había dado cuenta que lo guiaba. Había estado por el lugar en otras ocasiones que buscaba fresas silvestres o setas, e incluso se había refresca-do o bebido en ese estanque. Estaba claro que ahí quizá encontrara alguna pista. De pronto le llamó la atención las rugosidades de un tronco, que combi-nadas con hojas caídas, parecían formar una frase. Sólo un buen observador habría reparado en ello. Miró con detenimiento el tronco en el que se podía leer: “Estanque de Crispín”. Ahora comprendía que era el Ángel de la Guarda quien le estaba dando una pista nueva.

Después de desvestirse con rapidez, se sumergió en el agua descubriendo enseguida, arrebujados en una especie de cordel de algas, unas sombras que parecían moverse e incluso subir a su encuentro. Describir lo que veía nuestro protagonista no era fácil; estaba acostumbrado a los animales del bos-que o de la pradera, a los que volaban y reptaban o toda la gran variedad de insectos o larvas que en ocasiones había observado en la madera en des-composición. Estos seres eran especiales y los asoció a esos del inframundo, un tanto atormentados que describen los libros de Ende o Tolkien con los que tanto disfrutaba. Eran blanditos, de tonos grises, de límites redondeados y poco concretos, de aspecto triste, se apelotonaban y empujaban para avanzar dos impulsos y retroceder uno, teniendo una habilidad especial para colocarse detrás de los otros con rápidos giros de su cuerpo. No eran numerosos, quizá dos o tres claramente definidos y otros en formación, no estaba claro ni por el lugar donde estaban ni por su misma naturaleza. Crispín los cogió con delicadeza para subirlos a la superficie, se apretaban contra el hueco de su mano mientras sin saberlo le hacían cosquillas en la palma. Cuando en la superficie los pudo ver en detalle, tan indefensos… los miró con ternura, al fin y al cabo eran algo suyo y a pesar de no ser muy grandes se habían nutrido con su ener-gía, con toda la que no usaba o con la que una vez activada, era recortada por ellos retardando la lle-gada a sus diferentes metas. Los observó breves momentos mientras les mandaba una mirada amo-rosa, recordando lo que le había dicho el hada: “es-tán ahí para hacer su papel”. Inmediatamente se empezaron a transformar, iluminándose primero al tiempo que se volvían transparentes y estallando en un colorido conjunto de chispas doradas, como si de una bengala festiva y silenciosa se tratara, ilu-minando por un momento a Crispín, el estanque y aquel rincón del bosque, convirtiendo el momento y el lugar en una experiencia poética que nuestro protagonista no olvidaría.

Se vistió con la misma celeridad con que se había quitado la ropa, pero con más alegría. Se sentía lleno de energía y con más lucidez. Estaba ávido de regresar al caserón con sus compañer@s, no tanto para narrar su experiencia como para vivir la libe-ración. A partir de ahora seguro que alcanzaba sus metas con más facilidad, pensó que si así no suce-día, tendría que revisar su estanque para ver si al-gún miedo estaba en formación. Partió feliz y su alegría le hacía ver todo más luminoso y colorido.

Volvería más veces a su estanque a explorar y aprender.

Tormenta Autoexistente Azul, Kin 199
bastian.bux@terra.es

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